2/7/12

1


Esta vez no se me iba a escapar el tren, ya había estado antes en muchas estaciones observando a estas serpientes mecánicas que no paraban de tragar y escupir pasajeros indiscriminadamente, transportando sus ilusiones, odios, amores y frustraciones de ciudad en ciudad. A veces les observaba y pienso que sólo se entregaban a la reflexión una vez dentro, sentados en las entrañas del vagón sin saber qué hacer durante el tiempo que duraba el viaje. Primero se miraban unos a otros hasta que individualmente, sin prisas, se apreciaba en algunos un cambio en el estado de consciencia, de respiración, que les facilitaba asomarse a su propio interior. El que no tenía mucho que ver o poco interés en el paisaje interno normalmente se dormía, pero la mayoría aprovechaba para tomar decisiones personales vitales para conseguir objetivos marcados y felicidad pero que tantas veces se truncaban al poner el pie en el andén, al bajarse del tren y entonces quedaban relegados al arcón de los olvidos, ése que no se aprecia en ninguna radiografía pero que pesa ¡y mucho! extendiendo el peso por cada célula de nuestro cuerpo y fijándose especialmente en esa parte invisible de nuestro ser a la que llamamos alma.

Si un médico experto en males mayores examinara mi alma en los momentos en que ésta se hace visible, incluso palpable a veces; quizás entonces podría dictaminar un diagnóstico inequívoco de que el alma se puede romper, modelar y recomponer como la distribución de nuestra propia casa después de una reforma integral. Duele muchísimo esto del replanteamiento del alma, un dolor agudo, intermitente, que sólo se cura tomando decisiones.





24/1/12

Banderas rotas

Una molesta infección ha estado invadiendo el país, agravándose con el paso de los años. Algunos apostamos en sitios emblemáticos cadenas de grafismos legibles adjudicándoles destino de frase abanderada y declamamos memorables poemas intentando combatir esta crisis en nuestro papel de antibiótico social, eso sí, genérico y de amplio espectro.
Entre coletazos de recesión y faltas de respeto, podríamos sentir efectos secundarios, aunque se supone que somos seres con una conciencia evolucionada capaces de vivir en armonía destacando las cosas verdaderamente importantes por ser las que nos unen. Como decía Labordeta, ya tenemos en nuestra historia demasiadas banderas rotas.

“He puesto sobre mi mesa
todas la banderas rotas,
las que nos rompió la vida,
la lluvia y la ventolera
de nuestra dura derrota.”

(J.A. Labordeta, Banderas Rotas en Trilce, 1989)

12/1/12

Flores dormidas

Sombreando los bordes del dibujo que había empezado mirando al cielo conseguía profundidad en el papel, sabía las palabras que iba a poner en cuanto lo terminara y entonces podría darme por satisfecha y regalárselo a mi madre para que lo pudiera añadir a la colección de momentos importantes.

Desde que se agravó su enfermedad, ya nunca salía al sol, no podía arriesgarse a síntomas que en su cuerpo podían ser incluso mortales, tenía que esperar a que el sol se escondiera detrás de las montañas para poder salir a recorrer el camino hasta el molino, su paseo favorito acompañada de Briska, una enorme bobtail que la acompañaba en cada paso.

Aquella semana había sido un poco triste porque mi madre había estado en el hospital. Esa enfermedad a veces parecía que iba a poder con ella y ayer la trajo mi padre a casa muy pálida, cansada, se quedó en la cama el resto del día y esta mañana había venido mi tía para verla desde la ciudad.

Hoy no se había despertado aún cuando salí de casa y pensaba en lo contenta que se pondría porque a ella siempre le habían encantado mis dibujos, tenía la casa adornada con ellos.
 Así que escribí sobre aquel fondo de nubes y reflejos de luz que el río pintaba en las copas de los árboles:

Gris ceniza se muestra el día
cuando el sol desdibuja tu presencia.
Estos baldíos paisajes olvidados
esperan a la luna con impaciencia
para cantarte canciones de río
¿guardarán los árboles tu baile
entre flores dormidas?

Recogí los lápices y me puse en pie para volver a casa pero mi alegría se disparó al ver a mi madre sentada en la piedra grande del río, mirándome sonriente y guapísima desde aquella roca plana y blanca en la que nos tumbábamos a tomar el sol antes de que se pusiera enferma desde que era pequeña y me contaba que las nubes eran poesías alegres y viajeras. Briska estaba a su lado.

Una voz me llamó desde el camino que llevaba a casa y me volví, era mi tía que me buscaba, tenía la voz temblorosa y los ojos enrojecidos. 
Pero en ese momento era más importante ir a ver a mi madre y me volví de nuevo para ir hacia la roca, a regalarle mi nuevo dibujo pero allí sólo estaba Briska mirando al cielo.


4/1/12

Veo mis pasos, grabados
en senderos de recuerdos.
Mis voces en el viento
curtieron poco a poco mis manos.
La tormenta resuena en los barrancos
y sus ecos me llaman día a día,
día a día.

En la varietat està el gust. I com sempre Joana en demostra un d'exquisit fent la traducció al valencià:


 Veig les meues passes,
estampades
als senderols del record.
Veus meues al vent
rebregaren a poc a poc
aquestes mans meues.
La tormenta ressona als barrancs
i els crits, els seus crits
clamen dia rere dia. 



Joana Navarro

3/1/12

Dum spiro, spero

"Entonces no te dejaban estudiar, te ponían en una cuadrilla con los de la cooperativa y tenias que ir a coger toda la naranja del término antes de que saliera el sol hasta que el cabo de cuadrilla mandara a la gente a su casa, haciendo las cosas bien, ¿eh? y con respeto a los mayores. Las profesiones, oficios y vocaciones casi se heredaban a no ser que se contara con duros para estudiar en la capital o el hijo ingresara en el seminario."

Eso nos contaban para educarnos y que valoráramos todo lo que teníamos, los mayores del pueblo, a los que nos gustaba "la historia" y sí que nos enseñaban historia, si. Le pedimos al tío Vicente que nos contara una porque la tormenta había convertido la tarde en un crepúsculo amarillento y apetecía escuchar alguna historia de las que él contaba entre relámpagos y truenos ¿por qué el tio Vicente?

El tío Vicente siempre ha trabajado de albañil y como él dice:"haciendo remiendos por las casas ya que antes la gente no se gastaba el dinero como ahora haciéndose una casa entera comprando hasta el último detalle que se estila, total, para ser todas iguales. Antes la gente se hacía la casa poco a poco y conforme trabajaba, vivía. En casa del lechero había un corral muy grande con un establo al fondo, en casa del panadero siempre hacía falta sitio para la leña del horno, a mi la casa que más me gustaba era la de la modista en la que tres hermanas trabajaban juntas cosiendo y enseñando el sistema Martín, siempre estaba llena de chicas guapas.

En mi casa había herramientas y materiales, no mucho, pero algo tenía para ir obrando como me enseñó mi padre. Cuando se moría alguien, también me llamaba el alcalde para hacer de enterrador. Ese trabajo no me gustaba pero alguien lo tenía que hacer, así que aquella mañana en la que estaba terminando un pesebre en el corral de Jaime, el pastor, las campanas dieron la noticia y entró Santiago, el alcalde, a avisarme para que preparara la fosa. Así que me despedí de Jaime y me fui hacia las afueras, camino del cementerio pensando en el pobre Julio, mi amigo labrador y en su familia, no somos nadie.

Al llegar, en el sitio donde tenía que empezar a trabajar había un perrazo enorme tumbado, intenté espantarlo pero el perro no se movió. Fui a buscar ayuda de los labradores que trabajaban en un campo cercano y ni entre todos nos pudimos hacer con él. No nos atacaba pero tampoco se dejaba tocar y cuando conseguía hacer dos paladas, venía él con sus enormes patas y tapaba lo que yo cavaba, así que volví al pueblo a buscar ayuda o a preguntar por el dueño del perro.

A mitad camino me di cuenta de que el perro me seguía y una vez en el pueblo, al pasar por la casa de Julio, vi como el perro pasó muy tranquilo entre toda la gente y fue a sentarse al lado de Marquitos, el hijo pequeño de Julio que estaba sentado en un trajón sin llorar. La gente le dedicaba miradas de lástima y palabras de ánimo, se lo querían llevar a sus casas mientras durara el entierro. Me senté su lado y le pregunté si el perro era suyo.

- Si - me contestó un poco a la defensiva mientras acariciaba a su amigo- Se llama Sultán y no cree que estoy loco.

Unas mujeres que habían escuchado las palabras del niño me contaron que el niño hacía poco rato se había enfadado con ellas cuando intentaron llevárselo. Les había dicho que su padre seguía vivo y volvían a dedicarle miradas de lástima y comprensión.

-Vamos, Sultán- le dijo Marquitos al perro- ya podemos despertar a mi padre .

Dejaron que se acercaran a la cama, que el niño tomara la mano del padre y el perro la lamiera, entonces empezó a ladrar tan fuerte que muchos se asustaron y salieron, yo no. Me quedé junto a Marquitos incluso cuando los dedos de la mano de Julio empezaron a moverse y la gente fue a llamar al médico y al cura. Desde la puerta de la habitación ví cómo Julio abría los ojos y entonces llegó el médico a examinarlo y explicarnos que había sido una suerte, por culpa de la catalepsia antiguamente habían llegado a enterrar gente viva.

Marquitos y yo nos miramos, fue suficiente para irnos juntos a mi casa a comer con Sultán."

La tormenta ya había pasado y el tío Vicente antes de mandarnos a la calle nos enseñó una foto suya de joven, con un perro precioso, grande y un niño de unos 7 años...mi padre.

30/12/11

¿Realidad?

¿Habéis tenido alguna vez fiebre solos en casa y adivináis quién va hacia vuestra habitación por la manera de caminar? Pues eso me pasó entonces.

Estuve en un estado de duermevela en el que no distinguía la noche del día a los pocos días de morir mi abuela. Aún la echo de menos y también la costumbre de quedarme a dormir en su casa por lo menos una vez a la semana, me gustaba despertarme allí y la manera que tenía de darme las buenas noches.

Durante uno de aquellos sopores febriles pude distinguir perfectamente aquellos pasos familiares, escuchaba el roce de las zapatillas de mi abuela que venían hacia mi habitación por el pasillo y pararse en el quicio de la puerta. Notaba su respiración, incluso pude oler su perfume y los pasos siguieron adelante. Unas manos frías, muy frías me dejaron paralizada al sentir unas manos frías, muy frías que me tocaban los tobillos. Una mano helada se posó en mi frente por un segundo, al mismo tiempo que mi madre abría la puerta de casa. Vino directa a verme y yo seguía sin poder hablar. 

Mi madre fue a preparar la comida comentando lo fría que estaba la casa y yo me quedé en la habitación en donde se podían ver los alientos.

29/12/11

En la ventana...

El pueblo está tranquilo esta noche pero con la ventana abierta a finales de septiembre aquí ya empieza a hacer frío así que cruzo la habitación para asomarme antes de cerrarla y de paso averiguar por qué los perros no dejan de ladrar.

Desde esta ventana veo los tejados, el río bordeado de chopos y la carretera pero hoy no es una de esas noches, las nubes tapan la luna y sólo a duras penas al asomarme, puedo adivinar el pelaje blanco y erizado de los perros que siguen ladrando como si el mismísimo Satanás hubiera aparecido en la era. Pienso en la zorra, seguro que vuelve a rondar a las gallinas pero una especie de ronquido hace callar a los perros y sigue, intermitente, mientras se acerca a la casa. En toda mi vida he podido escuchar semejante sonido y por curiosidad quiero averiguarlo, sólo me queda esperar a que entre en el cerco de luz de la farola colgada en la fachada de la casa para ver de qué especie de animal se trata.

No sé si la vista me está jugando una mala pasada pero sí que veo claramente cómo los perros se esconden en su caseta gimiendo sin dejar de enseñar los dientes, y puedo entonces distinguir la silueta inhumanamente alta que viene directa hacia mi mostrándome dos cuencas vacías como si a través de ellas se pudiera ver el interior del cráneo sanguinolento, muy lentamente me muestra una sonrisa que en su cara se convierte en una mueca amenazadora y repite aquella especie de gruñido espeluznante al apretar el paso. Cierro la ventana de golpe al tiempo que una mano esquelética y repugnante toca los cristales.

Intento autoengañarme, es algo que siempre se me ha dado bien, contándome el cuento de que la noche y las lecturas de Stephen King son un cargador de balas certeras para un subconsciente encantado de apretar el gatillo apuntando a un cerebro cansado así que el Diazepán que guardo en el botiquín será mi chaleco antibalas una vez más y me meto en la cama para mi reset particular, dormir sin sueños.

Disfruto del relajamiento muscular que la bezodiazepina produce rápidamente aunque no consigo que la piel y el cuero cabelludo erizados por la visión vuelvan a la normalidad pero los párpados me pesan y ha llegado el momento en que me decido a apagar la luz. En la ventana, dos puntos rojos seguían allí fijos...esperando a que me durmiera.