3/1/12

Dum spiro, spero

"Entonces no te dejaban estudiar, te ponían en una cuadrilla con los de la cooperativa y tenias que ir a coger toda la naranja del término antes de que saliera el sol hasta que el cabo de cuadrilla mandara a la gente a su casa, haciendo las cosas bien, ¿eh? y con respeto a los mayores. Las profesiones, oficios y vocaciones casi se heredaban a no ser que se contara con duros para estudiar en la capital o el hijo ingresara en el seminario."

Eso nos contaban para educarnos y que valoráramos todo lo que teníamos, los mayores del pueblo, a los que nos gustaba "la historia" y sí que nos enseñaban historia, si. Le pedimos al tío Vicente que nos contara una porque la tormenta había convertido la tarde en un crepúsculo amarillento y apetecía escuchar alguna historia de las que él contaba entre relámpagos y truenos ¿por qué el tio Vicente?

El tío Vicente siempre ha trabajado de albañil y como él dice:"haciendo remiendos por las casas ya que antes la gente no se gastaba el dinero como ahora haciéndose una casa entera comprando hasta el último detalle que se estila, total, para ser todas iguales. Antes la gente se hacía la casa poco a poco y conforme trabajaba, vivía. En casa del lechero había un corral muy grande con un establo al fondo, en casa del panadero siempre hacía falta sitio para la leña del horno, a mi la casa que más me gustaba era la de la modista en la que tres hermanas trabajaban juntas cosiendo y enseñando el sistema Martín, siempre estaba llena de chicas guapas.

En mi casa había herramientas y materiales, no mucho, pero algo tenía para ir obrando como me enseñó mi padre. Cuando se moría alguien, también me llamaba el alcalde para hacer de enterrador. Ese trabajo no me gustaba pero alguien lo tenía que hacer, así que aquella mañana en la que estaba terminando un pesebre en el corral de Jaime, el pastor, las campanas dieron la noticia y entró Santiago, el alcalde, a avisarme para que preparara la fosa. Así que me despedí de Jaime y me fui hacia las afueras, camino del cementerio pensando en el pobre Julio, mi amigo labrador y en su familia, no somos nadie.

Al llegar, en el sitio donde tenía que empezar a trabajar había un perrazo enorme tumbado, intenté espantarlo pero el perro no se movió. Fui a buscar ayuda de los labradores que trabajaban en un campo cercano y ni entre todos nos pudimos hacer con él. No nos atacaba pero tampoco se dejaba tocar y cuando conseguía hacer dos paladas, venía él con sus enormes patas y tapaba lo que yo cavaba, así que volví al pueblo a buscar ayuda o a preguntar por el dueño del perro.

A mitad camino me di cuenta de que el perro me seguía y una vez en el pueblo, al pasar por la casa de Julio, vi como el perro pasó muy tranquilo entre toda la gente y fue a sentarse al lado de Marquitos, el hijo pequeño de Julio que estaba sentado en un trajón sin llorar. La gente le dedicaba miradas de lástima y palabras de ánimo, se lo querían llevar a sus casas mientras durara el entierro. Me senté su lado y le pregunté si el perro era suyo.

- Si - me contestó un poco a la defensiva mientras acariciaba a su amigo- Se llama Sultán y no cree que estoy loco.

Unas mujeres que habían escuchado las palabras del niño me contaron que el niño hacía poco rato se había enfadado con ellas cuando intentaron llevárselo. Les había dicho que su padre seguía vivo y volvían a dedicarle miradas de lástima y comprensión.

-Vamos, Sultán- le dijo Marquitos al perro- ya podemos despertar a mi padre .

Dejaron que se acercaran a la cama, que el niño tomara la mano del padre y el perro la lamiera, entonces empezó a ladrar tan fuerte que muchos se asustaron y salieron, yo no. Me quedé junto a Marquitos incluso cuando los dedos de la mano de Julio empezaron a moverse y la gente fue a llamar al médico y al cura. Desde la puerta de la habitación ví cómo Julio abría los ojos y entonces llegó el médico a examinarlo y explicarnos que había sido una suerte, por culpa de la catalepsia antiguamente habían llegado a enterrar gente viva.

Marquitos y yo nos miramos, fue suficiente para irnos juntos a mi casa a comer con Sultán."

La tormenta ya había pasado y el tío Vicente antes de mandarnos a la calle nos enseñó una foto suya de joven, con un perro precioso, grande y un niño de unos 7 años...mi padre.

2 comentarios:

  1. yomimeconmigo4/1/12

    las personas más inocente cientan con la sabiduria de la certeza de los sentimirntod, que nunca les engañan. Bonita historia.

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  2. jomateixa4/1/12

    bonica estic jo, supose que ho hauràs entés, quin tecleig!!!

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